Introducción
En búsqueda de las causas del fracaso argentino, hemos
escuchado de todo. Desde teorías conspirativas, amenazas externas, sociedades
secretas, políticas económicas erradas, sistemas políticos que no funcionan,
hasta la colonización española, los ingleses, la corrupción, el imperialismo,
la falta de justicia, los negros cabeza, etc.
Pocas de estas teorías tienen una mirada retrospectiva, es
decir, mirar si en los genes de los argentinos o en la sociedad misma o en su
comportamiento, habitan las causas raíces de nuestro fracaso como país, algo que
nadie pone en duda, salvo en las mentes afiebradas de un kirchnerismo residual
en retirada. Siempre la culpa la tiene un tercero.
Primeramente debemos decir que esa mirada interior es
difícil dado que somos el sujeto del análisis y teniendo en cuenta la
proliferación de populismos democráticos de izquierda y de derecha, nada peor
que osar sugerir que la causa de un problema puede ser la gente o el soberano, el pueblo, en este caso,
nosotros mismos. Siempre es más seductor, echarle la culpa a los Fondos Buitres
o al gobierno de turno o al anterior. Recordemos que Filmus decía en una
campaña electoral previa a una de sus habituales derrotas “tenemos que resolver
el problema de la basura sin echarle la culpa al vecino”. Clarísimo, la culpa
siempre la tiene otro, salvo nosotros, el pueblo, ese colectivo imaginario.
(Ver http://incorreccion.blogspot.com.ar/2007/06/correo-basura-y-basura-urbana.html)
Cuando un comportamiento inadecuado cruza todas las clases
sociales, toda la geografía del país y todos los grupos étnicos que lo
componen, podríamos decir que el mismo está en los genes de la Argentina como
país. O sea, de los argentinos. Si además, como la observación diaria nos
indica, ese comportamiento es consuetudinario, podríamos decir que es cultural.
Porque la Cultura, no es otra cosa que como un grupo de gente hace las cosas. No
solo las horrorosas obras de Marta Minujin. Si además, esos usos y costumbres
se dan tanto en el ámbito privado como público, sin diferencia etaria, podemos
llegar a la conclusión que estamos en
presencia de un causal importante en la vida diaria de una Nación.
Hipótesis
Nosotros entendemos que la matriz del fracaso argentino es
el absoluto desprecio por las leyes, la autoridad, la justicia, las normas. La
corrupción, mal endémico que sí tenemos globalmente identificado como una de
nuestros problemas claves, es hija de este desprecio por la Ley. La falta de
Justicia, un facilitador.
Este desprecio por la Ley y la Autoridad, reconoce factores
fundacionales y potenciadores. Podremos decir que nuestras comunidades
indígenas nómades, la colonización española desordenada y la posterior
inmigración de la flor y nata del mediterráneo europeo, no contribuyó demasiado
al orden. Pero en los últimos 30 años, factores políticos hicieron que ese gen
al cual estamos tratando de descubrir , llegara hasta picos insospechados, como
vivimos hoy.
Los elementos facilitadores
1983 y 2001 son hitos claves en este proceso degenerativo,
con resultados parecidos aunque orígenes y motivaciones diferentes.
En 1983, una primavera democrática asoció Orden con Represión, Ley con falta de Libertad, Tradición con Conservadurismo; entre otras tantas equivocaciones conocidas por quienes vivimos esa época in situ. Ahora bien, el origen de esa primera restauración consciente del desorden, nace de la herencia de un gobierno militar, la consabida Dictadura. Ese restablecimiento del desorden fue un hecho tácitamente consensuado entre gobernantes y gobernados. Ese “todo vale” no fue impuesto, sino que fue una construcción colectiva post Dictadura, en una especie de estudiantina juvenil. Obviamente que muchos interesados en este desorden, no compartieron ese entusiasmo pero estuvieron entre sus principales impulsores. Podríamos comprar esa etapa con la República de Weimar alemana o la España post franquista.
Como para una muestra
basta un botón, reflexionemos sobre el ataque terrorista al cuartel de La
Tablada en 1989. Según la doctrina imperante en ese época (que continúa hasta
hoy, plasmada en la teoría de la
no-intervención castrense regular en los asuntos de la seguridad interior. Esto quedó plasmado en la ley 23.554 de Defensa Nacional y en la ley
24.059 de Seguridad Interior, promulgadas en 1988 y 1992 respectivamente), las
FF.AA., no podían intervenir en un hecho de inseguridad o violencia interna,
definición hija de los guerrilleros que perdieron la batalla con las FF.AA, en
los ’70. La recuperación del cuartel debía ser ejecutado por las fuerzas
policiales. Sin embargo, el cuartel fue recuperado por el ejército y el “gramsciano”
Alfonsín no dijo absolutamente nada acerca de la intervención del Ejército en
un conflicto interno. La sustancia que manchaba su ropa interior fue lo suficientemente
abundante para olvidar esos sagrados
principios democráticos.
En 2001, las circunstancias fueron otras. Luego de casi 20 años de gobiernos democráticos, la sociedad toda le gritó a la clase dirigente “que se vayan todos”, en función a un sinnúmero de fracasos consecutivos de estos charlatanes, que esta vez le metieron la mano en sus bolsillos. Y esta vez, dicha clase, que al dejar sus puestos en el Estado lo que dejaba era su ocupación, su profesión; porque en ese se ha convertido la política hoy; permitió cualquier cosa antes que perder las posiciones obtenidas: asambleas populares, cortes de calle, comedores, subsidios, subsidios y más subsidios; y el reforzamiento de la idea fundacional de 1983, para la cual la Democracia es la posibilidad de hacer cualquier cosa.
Lo más grave y triste de todo esto es que la Partidocracia
conservó todo el poder que tenía antes de la crisis y, de la mano de los
buitres patagónicos, lo consolidó.
Las manifestaciones
Difícil es ver con claridad en el comportamiento privado de
los argentinos como esta teoría que esbozamos cobra cuerpo. Debemos por lo
tanto buscar un comportamiento público que permita ver si la teoría que
tratamos de comprobar se manifiesta. El comportamiento que elegimos es los
argentinos como conductores de vehículos.
En la Argentina se conduce mal, más allá que las leyes son
más estrictas que en Europa o Estados Unidos.
Conducen mal los ricos y los pobres. Los jóvenes y los
adultos mayores. Los hombres y las mujeres. En Capital y en las provincias. Existe un absoluto desprecio por el otro. Por las normas de
tránsito, ni que hablar de las Leyes. Las velocidades máximas son violadas continuamente. Los
semáforos, un cartel colorido. Las sendas peatonales, una analogía de una
cebra. Las ochavas, bajadas para discapacitados, desconocidas. La diferencia entre
carril derecho e izquierdo, son ignoradas. En todos los casos, la LEY ES UNA
SUGERENCIA. En la Argentina, 8.000 personas mueren por año en accidentes de
tránsito. Ni que hablar de otros miles que se accidentan sin consecuencias
fatales, pero con perjuicios tanto físicos como económicos.
¿Cómo podríamos suponer que este comportamiento universal se
dé solamente en este ámbito, y que estos animales al volante puedan ser gobernantes, empresarios, docentes, empleados,
decentes, probos, íntegros. Es imposible.
Conclusiones
Existen las conspiraciones, sí. Las amenazas externas,
seguro. Los vende patrias internos, claro. Nada de esto sería determinante si el
comportamiento de los argentinos para con los argentinos mismos fuera íntegro.
De esa manera, podríamos hacer frente a todos estos desafíos con la esperanza
de poder vencerlos. Como estamos hoy, solo nos resignamos a seguir
sobreviviendo.
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