La Quebrada
de Humahuaca es uno de esos sitios mágicos de la Argentina. Me costaría
explicar el porqué de la magia con contundencia pero sí lo puedo hacer a partir
de mis recuerdos.
Ya al
llegar a Tumbaya y a Volcán, lugares poco visitados por el turismo pero que son
la puerta de entrada a la Quebrada, nuestra vida baja dos cambios. No se si
también nuestras pulsaciones y ansiedades. El aire cambia y uno entiende y
percibe que respira diferentemente. Mejor. Esto a pesar que en determinados
momentos, avanzando por la Quebrada y ganando altura, y dependiendo de cada
organismo, la respiración se hace más profunda las primeras horas, tratando de
compensar un incipiente efecto de la altura, por lo menos en mi caso
Cada uno ve
a la Quebrada como quiere. Turistas que se desesperan antes las artesanías
industriales peruanas soslayando la belleza que las mismas intentan retratar.
Otros disfrutan de la comida típica y buscan con desesperación comer carne de
llama, algunos por su sabor (fuerte), otros por presunción. Están los
aborígenes tardíos, rubios como vikingos que enarbolan la bandera multicolor
boliviana (los lugareños los llaman "los hippies" y detestan), aquellos que
recorren los pueblos con curiosidad, otros que visitan con minuciosidad todo
aquello que indica TripAdvisor, en fin, multiplicidad de motivaciones para
visitarla. Una y mil veces.

Nos
alojamos en una modesta Hostería en un punto medio de la Quebrada, a metros del
Trópico de Capricornio. Llegamos el 2 de enero y éramos sus únicos huéspedes,
lo cual nos permitió disfrutar con exclusividad de la excepcional atención de
la única persona que trabajaba en la misma (además del eventual personal de
limpieza).
Volviendo
un día de la diaria excursión, nos encontramos con otra pareja en la Hostería,
lo cual nos provocó alegría. No estábamos solos. Compartimos la cena con ellos
en mesas separadas pero al breve tiempo comenzamos a conversar cordialmente de
mesa a mesa. Él estaría
cerca de los 60 años, ella tendría quizá una década menos. Muy amables,
correctos, cariñosos con los niños, especialmente ella. No tardé en conformar
su cuadro familiar. Ella era su segunda esposa, psicóloga, de religión judía, y
con un hijo (creo que de él) con ocasionales ingestas de marihuana que ellos no
festejaban pero tampoco les preocupaba demasiado, y la primera aseveración hacia
nosotros; “a Uds. también les va a pasar” provocó ya el primer intercambio
verbal, siempre correcto. Y entonces, pasar de ahí al tema político, 2 minutos.
Una conversación que ni recuerdo que hizo que uno y otro fijáramos nuestra
posición con respecto a Julio Argentino Roca hizo que él, educado y ubicado, me
dijera “ya nos medimos”.
La
siguiente cena, nuevamente las dos familias en soledad con el telón de
estrellas cubriéndonos y maravillándonos, y la suave brisa veraniega que
se colaba por algunas imperfectas aberturas, derivó directamente en la
política. El montonero y el nacionalista discutimos con una tranquilidad,
empatía y respeto pocas veces vistas. Incluso los dos intentos de secuestro que
tuve de pequeño circa 1975, fueron evaluados por él y me terminó afirmando que
no era la metodología de ellos, que por lo menos Montoneros no eran, sin poder
afirmar lo mismo de sus aliados eventuales del ERP.
La charla
derivó en los planes para el día siguiente, donde ellos se dirigirían a
Bolivia, ídem nosotros. Nuestro problema era que debíamos tomar un micro en
plena ruta y ellos tenían un transporte que los pasaba a buscar por el lugar.
Ella hizo todo lo posible para ubicarnos en el mismo pero fue infructuoso.
Nosotros nos dirigíamos a Bolivia para ver que había más allá de Humahuaca
(Tres Cruces, Abra Pampa, La Quiaca) y para cruzar a Villazón en tren de
compras. Lo de ellos era más ambicioso. Iban hacia Potosí, a visitar a un amigo
boliviano, escritor, estudioso, cuyo nombre no retuve, para ver juntos la
“increíble transformación que está teniendo lugar en Bolivia, la tierra de las
plurinacionalidades….”.
Les
manifesté mi acuerdo con ese concepto, que estaba totalmente de acuerdo con
esas medidas de Evo Morales, del reconocimiento de cada etnia y/o comunidad. Él
esbozó una sonrisa mientras ella abría los ojos incrédula para preguntarme por
qué pensaba yo así. “Es claro”, le dije. “Esto implicaría que si yo fuera
boliviano, sería parte de la comunidad ítalo-boliviana que me imagino tendría
sus derechos, ámbitos de expresión, etc. En caso que el reconocimiento de Evo
sea solo para las etnias pre-hispánicas, estaríamos frente a un estado racista
que privilegia a unas etnias en detrimento de otros. Pero lo importante más
allá de esto es que reconoce las etnias, que somos distintos.” La sonrisa de él
ya no era tan leve pero la cara de incredulidad de ella aumentó, sus ojos
parecían salirse de sus órbitas, dejó de mirarme y miró a su pareja quien
seguía sonriendo, para luego mirarme sin emitir palabra. En una sociedad donde
la mayoría de la personas no está acostumbrada a escuchar opiniones
“out-of-the-box”, ella se había topado con uno. Y él, que sabía quién había
sido Jacques de Mahieu y yo le había contado acerca de mi relación con él,
terminó de entender todo. Hasta después, me habló de Tacuara, sin confirmar ni
negar sus orígenes en dicha agrupación.
Nos
despedimos afectuosamente. Al día siguiente, pudimos tomar nuestro
latinoamericano ómnibus que nos dejó 3 horas después en La Quiaca luego de un
viaje lleno de naturaleza indómita y hermosa, y de pueblos salidos de un
cuento, como Abra Pampa. Llegamos a pie hasta la frontera donde la fila para
cruzar era interminable. Uno de los tantos mochileros argentinos nos explicó
que si solamente íbamos a cruzar a Villazón no hiciéramos la fila, que
llegáramos hasta los puestos de control sobre el puente sobre el río de la
Quiaca y pasáramos los controles de ambos países sin siquiera mirarlos. Nadie
nos iba a detener. Ellos sí debían hacer los trámites porque iban todos para el
norte; Potosí en Bolivia y Machu Picchu en Perú. Así lo hicimos y pasamos al
lado de la interminable fila de jóvenes mochileros argentinos. Entre ellos,
divisamos a esta pareja del relato. Nos volvimos a saludar y nunca más nos
vimos. Me quedé con su email al cual nunca escribí. Todo había sido dicho y
entendido.