sábado, 24 de marzo de 2018

Encuentro en la Quebrada de Humahuaca


La Quebrada de Humahuaca es uno de esos sitios mágicos de la Argentina. Me costaría explicar el porqué de la magia con contundencia pero sí lo puedo hacer a partir de mis recuerdos.
Ya al llegar a Tumbaya y a Volcán, lugares poco visitados por el turismo pero que son la puerta de entrada a la Quebrada, nuestra vida baja dos cambios. No se si también nuestras pulsaciones y ansiedades. El aire cambia y uno entiende y percibe que respira diferentemente. Mejor. Esto a pesar que en determinados momentos, avanzando por la Quebrada y ganando altura, y dependiendo de cada organismo, la respiración se hace más profunda las primeras horas, tratando de compensar un incipiente efecto de la altura, por lo menos en mi caso


Cada uno ve a la Quebrada como quiere. Turistas que se desesperan antes las artesanías industriales peruanas soslayando la belleza que las mismas intentan retratar. Otros disfrutan de la comida típica y buscan con desesperación comer carne de llama, algunos por su sabor (fuerte), otros por presunción. Están los aborígenes tardíos, rubios como vikingos que enarbolan la bandera multicolor boliviana (los lugareños los llaman "los hippies" y detestan), aquellos que recorren los pueblos con curiosidad, otros que visitan con minuciosidad todo aquello que indica TripAdvisor, en fin, multiplicidad de motivaciones para visitarla. Una y mil veces.

Soy mucho más amigo del turismo urbano que de la contemplación de la naturaleza, es decir, me gusta más visitar lo que el hombre hizo y los lugares históricos. Particularmente en la Quebrada siempre me interesaron dos cosas. La mixtura entre lo prehispánico y lo hispánico, e imaginarme como aquellos valientes, locos, indómitos españoles, bajando desde el Alto Perú, atravesaron la Quebrada para poner un pie en lo que hoy llamamos la Argentina. Sentado en el Pucará de Tilcara, sintiendo la suave y permanente brisa, entre la voluptuosidad de las montañas, sus colores y la naturaleza pródiga en belleza pero no en alimentos, no puedo una y otra vez dejar de pensar en esos españoles con pesadas armaduras, sus mulas y caballos, sus rústicos arcabuces. Entonces vuelvo una y otra vez a la Iglesia de Uquía a ver las pinturas de los Ángeles Arcabuceros que la decoran y la vuelven más atractiva. Y entonces a través de las pinturas veo como los aborígenes veían a los españoles. Estos les pidieron “pintar ángeles”. “Nunca hemos visto ninguno, señor; ¿cómo son?", “Pues como nosotros pero con alas”. El impactante resultado me sigue maravillando una y otra vez. 


Esa vez estaba decidido a quedarme muchos días en la Quebrada. Mis múltiples visitas anteriores siempre habían sido cortas, de un día entero pero sin pernoctar. Quería dormir una semana allí, ver que había más allá de Humahuaca, visitar las Salinas Grandes y llegar a los 4.170 metros en la cuesta del Lipán, esto no sin un poco a aprehensión.

Nos alojamos en una modesta Hostería en un punto medio de la Quebrada, a metros del Trópico de Capricornio. Llegamos el 2 de enero y éramos sus únicos huéspedes, lo cual nos permitió disfrutar con exclusividad de la excepcional atención de la única persona que trabajaba en la misma (además del eventual personal de limpieza).

Volviendo un día de la diaria excursión, nos encontramos con otra pareja en la Hostería, lo cual nos provocó alegría. No estábamos solos. Compartimos la cena con ellos en mesas separadas pero al breve tiempo comenzamos a conversar cordialmente de mesa a mesa. Él estaría cerca de los 60 años, ella tendría quizá una década menos. Muy amables, correctos, cariñosos con los niños, especialmente ella. No tardé en conformar su cuadro familiar. Ella era su segunda esposa, psicóloga, de religión judía, y con un hijo (creo que de él) con ocasionales ingestas de marihuana que ellos no festejaban pero tampoco les preocupaba demasiado, y la primera aseveración hacia nosotros; “a Uds. también les va a pasar” provocó ya el primer intercambio verbal, siempre correcto. Y entonces, pasar de ahí al tema político, 2 minutos. Una conversación que ni recuerdo que hizo que uno y otro fijáramos nuestra posición con respecto a Julio Argentino Roca hizo que él, educado y ubicado, me dijera “ya nos medimos”.

La siguiente cena, nuevamente las dos familias en soledad con el telón de estrellas cubriéndonos y maravillándonos,  y la suave brisa veraniega que se colaba por algunas imperfectas aberturas, derivó directamente en la política. El montonero y el nacionalista discutimos con una tranquilidad, empatía y respeto pocas veces vistas. Incluso los dos intentos de secuestro que tuve de pequeño circa 1975, fueron evaluados por él y me terminó afirmando que no era la metodología de ellos, que por lo menos Montoneros no eran, sin poder afirmar lo mismo de sus aliados eventuales del ERP.

La charla derivó en los planes para el día siguiente, donde ellos se dirigirían a Bolivia, ídem nosotros. Nuestro problema era que debíamos tomar un micro en plena ruta y ellos tenían un transporte que los pasaba a buscar por el lugar. Ella hizo todo lo posible para ubicarnos en el mismo pero fue infructuoso. Nosotros nos dirigíamos a Bolivia para ver que había más allá de Humahuaca (Tres Cruces, Abra Pampa, La Quiaca) y para cruzar a Villazón en tren de compras. Lo de ellos era más ambicioso. Iban hacia Potosí, a visitar a un amigo boliviano, escritor, estudioso, cuyo nombre no retuve, para ver juntos la “increíble transformación que está teniendo lugar en Bolivia, la tierra de las plurinacionalidades….”.


Les manifesté mi acuerdo con ese concepto, que estaba totalmente de acuerdo con esas medidas de Evo Morales, del reconocimiento de cada etnia y/o comunidad. Él esbozó una sonrisa mientras ella abría los ojos incrédula para preguntarme por qué pensaba yo así. “Es claro”, le dije. “Esto implicaría que si yo fuera boliviano, sería parte de la comunidad ítalo-boliviana que me imagino tendría sus derechos, ámbitos de expresión, etc. En caso que el reconocimiento de Evo sea solo para las etnias pre-hispánicas, estaríamos frente a un estado racista que privilegia a unas etnias en detrimento de otros. Pero lo importante más allá de esto es que reconoce las etnias, que somos distintos.” La sonrisa de él ya no era tan leve pero la cara de incredulidad de ella aumentó, sus ojos parecían salirse de sus órbitas, dejó de mirarme y miró a su pareja quien seguía sonriendo, para luego mirarme sin emitir palabra. En una sociedad donde la mayoría de la personas no está acostumbrada a escuchar opiniones “out-of-the-box”, ella se había topado con uno. Y él, que sabía quién había sido Jacques de Mahieu y yo le había contado acerca de mi relación con él, terminó de entender todo. Hasta después, me habló de Tacuara, sin confirmar ni negar sus orígenes en dicha agrupación.

Nos despedimos afectuosamente. Al día siguiente, pudimos tomar nuestro latinoamericano ómnibus que nos dejó 3 horas después en La Quiaca luego de un viaje lleno de naturaleza indómita y hermosa, y de pueblos salidos de un cuento, como Abra Pampa. Llegamos a pie hasta la frontera donde la fila para cruzar era interminable. Uno de los tantos mochileros argentinos nos explicó que si solamente íbamos a cruzar a Villazón no hiciéramos la fila, que llegáramos hasta los puestos de control sobre el puente sobre el río de la Quiaca y pasáramos los controles de ambos países sin siquiera mirarlos. Nadie nos iba a detener. Ellos sí debían hacer los trámites porque iban todos para el norte; Potosí en Bolivia y Machu Picchu en Perú. Así lo hicimos y pasamos al lado de la interminable fila de jóvenes mochileros argentinos. Entre ellos, divisamos a esta pareja del relato. Nos volvimos a saludar y nunca más nos vimos. Me quedé con su email al cual nunca escribí. Todo había sido dicho y entendido.






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